(Artes Combinadas – UBA)
alestilovangogh@hotmail.com
En esta oportunidad, Nahuel Cano, director de la obra nos acerca una particular
propuesta: la de generar la empatía en el público, apelando a su identificación
a partir de lo afectivo con la situación que la puesta propone y las reacciones
emocionales de los personajes.
Desde el título ya vemos esta intención de forma clara: sus autores –
Nahuel Cano y Esteban Bieda- nos llevan a preguntarnos el porqué de la elección
del miedo como eje argumental. Como espectadores vamos entonces reconstruyendo
el sentido de lo puesto en escena a través de la palabra como vehículo de una
simbolización, aquella que concierne a un primer personaje -el del escritor-
como protagonista de un desbarajuste emocional típicamente neurótico. La
palabra está ubicada desde un inicio: como objeto en tanto libro, como libro en
tanto objeto que se transforma en otros objetos; palabra como significante que
se dirige a otro allí donde no es posible comunicar, palabra que no encuentra
más que el muro del malentendido. Palabra ficcionada y ficcional que no atina a
tocar al otro. Encontramos, pues, la palabra verbalizada, en su intento de
apelación a otros.
Tenemos en Todos mis miedos una
arista representacional, en tanto gestación de un espacio-tiempo diferente al
cotidiano, y a través del cual se busca deliberadamente poner al descubierto la
verdad de cada personaje involucrado, y de la interacción que entre ellos se
propone.
Asimismo, hay momentos en los que se diluye lo ficcional: tal es el caso
en que “el personaje sin nombre” vuelve una y otra vez la mirada hacia el
público, interpelándolo desde una ruptura de la cuarta pared; también cuando se
pone a tocar la guitarra, descontextualizando la ficción tal y como venía
siendo presentada, dentro de una lógica representacional, y adquiriendo el
tamiz de performance. Y digo “performance” porque no es el objeto sino el
sujeto (en este caso el actor/ músico) quien se constituye en lo matérico de su
manifestación artística.
En lo relativo a la configuración espacial, unos pilares gruesos que mantienen
la estructura de la sala, son grises y las paredes negras. En el piso se
ubicaron multitud de libros, apilados algunos, otros desperdigados por el
suelo. Algunos atados con hilo de plástico, otros no. Se completa con un cajón
y un estante con libros.
Los objetos son funcionalizados en esta obra: constantemente están
jugando un rol manipulatorio por parte de los actores, quienes incluso llegan
–en un momento de tensión dramática– a
tirarlos contra la pared y el piso.
La iluminación permanece casi constante a lo largo de toda la
representación, sólo se sucede un cuasi-apagón (una baja en la intensidad
lumínica) cuando los dos personajes femeninos salen de escena y el escritor
queda solo con su “alter ego” (léase el personaje sin nombre antes mencionado).
Respecto del lenguaje auditivo, no hay música prácticamente en toda la
obra, hasta que el “alter ego” toca con
una guitarra el tema “Henry Lee”, de Nick Cave, un tema cuya letra tiene
profunda relación con la trama argumental.
A continuación, la letra del tema traducida al castellano:
Baja, baja pequeño Henry Lee,
y permanece conmigo toda la noche.
No encontrarás a otra chica en éste maldito mundo,
que se pueda comparar a mí.
Y el viento aulló, y el viento sopló.
La la la la la.
La la la la lee.
Un pequeño pájaro se posó sobre Henry Lee.
No puedo bajar, y
no bajaré.
Ni permaneceré toda la noche contigo,
por la chica que poseo, en su alegre y verde pradera.
La quiero más que a tí.
Y el viento aulló, y el viento sopló.
La la la la la.
La la la la lee.
Un pequeño pájaro se posó sobre Henry Lee.
Se apoyó contra
la cerca,
para conseguir un beso, o dos.
Y con una pequeña navaja en su mano,
lo apuñaló una y otra vez.
Y el viento rugió, y el viento gimió.
La la la la la.
La la la la lee.
Un pequeño pájaro se posó sobre Henry Lee.
Ven y cógelo de
sus blancas manos.
Ven y cógelo de sus pies.
Y tíralo en ese hondo, hondo pozo,
de más de cien pies de profundidad.
Y el viento aulló, y el viento sopló.
La la la la la.
La la la la lee.
Un pequeño pájaro se posó sobre Henry Lee.
Yace, yace ahí,
pequeño Henry Lee.
Hasta que la carne se despegue de tus huesos.
Por la chica que tuviste en aquella alegre y verde pradera.
Puede esperar por tí para siempre, a que vuelvas a casa.
Y el viento aulló, y el viento gimió.
La la la la la.
La la la la lee.
Un pequeño pájaro se posó sobre Henry Lee - (Nick Cave).-
La constelación sígnica de Todos
mis miedos, está dada de modo tal que el mensaje fundamental de la obra
logra ser decodificado por el público espectador (y expectante): inmiscuirlo en
el desequilibrio situacional de una pareja
separada, la introducción de una alumna enamorada de un escritor fallido,
que ansía una aventura romántica/ erótica y encuentra en cambio una historia
que no fue ni será. Y un alter ego… desoído.
La configuración sonora de las voces de los personajes genera la
incomprensibilidad propia del malentendido fundamental: el del neurótico.
Personas que se hablan pero no se oyen, que se gritan pero no se escuchan, que
se miran pero no se ven. Dialécticas del sin sentido en un intento efímero de
estirar el brazo y nunca tocar con la mano el corazón del otro. Propio de esta
época. Vacía y alejada, estar sin estar. Amar sin ser amado, creer estar amando
sin sentir verdaderamente amor. Confusión, posesión. Allí donde vemos
presencia, no observamos más que ausencia. Y viceversa.
Tomemos como paradigma de lo dicho hasta aquí al “alter ego”: está
puesto allí donde, y otra vez, nadie lo “ve”, sin embargo, se escucha,
permanentemente habla y habla, intenta vez tras vez comunicarse, sin lograrlo.
Nuevamente, metáfora “hecha carne” del vacío comunicacional, redundancias que
no llegan nunca a ser percibidas, mensajes que son mal interpretados, o ni
siquiera, que no llegan ni a ser decodificados. Escucha absurda de lo que no
es. Límite clásico de la relación inter-humana: el muro del malentendido del
lenguaje, parafraseando a Lacan.
Vacío que no se quiere ver, reconocer, escuchar, que se intenta tapar,
negándolo, en una suerte de represión originaria que no trae más que
sintomáticos desencuentros en el ser-siendo con el otro. Y un lugar – otro que
no trae más que la devolución especular de una angustia que jamás podrá ser
anulada. Emergencia de lo real que permite atravesar esa experiencia primaria,
básica y originaria del percibir que aquello que creemos que nos completa, es
pura ilusión y mera ausencia.
FICHA TECNICA
DIRECTOR Y DRAMATURGO
Nahuel Cano
DRAMATURGO
Esteban Bieda
ACTORES
María Abadi
Anabella Bacigalupo
Diego Echegoyen
Pablo Seijo
ASISTENTES ARTÍSTICOS
Juan Fernández Gebauer
Juan Mako
DISEÑO GRÁFICO
Leandro Ibarra
ILUMINADORA
Rocio Caliri
ESCENÓGRAFA
Julieta Potenze
VESTUARISTA
Paola Delgado
FOTOS
Candela Dal Pont
Sebastían Arpesella
PRODUCCIÓN
Estudio ELCUARTO
WEB
TEATRO
Abasto Social Club
Yatay 666 – Almagro,
Ciudad de Buenos Aires
Tel.: 4861 – 7714
Funciones: sábados
23 hs./ domingos 17 hs.
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