miércoles, 25 de junio de 2014

FRESA Y CHOCOLATE

“Cuando el amor se establece y hace caer los velos que ocultan la cara de la tiranía social”

Escribe Zaira Marchetto 


            Tres hombres semidesnudos, tres sillas, tres toallas blancas que tapan aquello que “no se debe ver”. Tres, pequeña introducción de lo triangular que siempre, aunque no queramos, resulta eternamente conflictivo. Triangularidad para ser perpetuada, triangularidad para ser quebrantada, pero triangularidad al fin. El resto, su contenido, lo decide la sociedad. 



            Una obra que toma como eje aquello que fuera tomado por esta otra obra: la película que lleva el mismo nombre de esta pieza teatral “Fresa y chocolate”, del año 1994, dirigida por Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío, ambientada en la Cuba de los `70.[*]


            Y es a partir de allí que se retoma el tema de los prejuicios ante “la diferencia”, pero lo que es necesario advertir es que la diferencia es tal solamente desde una visión impuesta por mandatos socio-históricos y culturales, lo cual la trama argumental de Fresa y Chocolate pone de manifiesto desde una labor actoral que interpela permanentemente a su espectador, a partir de un cuestionamiento provocado por la disolución entre acto y acto de la cuarta pared, y desde la dinámica relacional entre los actores per se.



            







           El director de la obra, Leonardo Gavriloff, apuesta a un re-posicionamiento escénico de ciertos prejuicios que, una y otra vez, no hacen más que levantar barreras y que generan desastres de todo tipo entre los seres humanos: mandatos religiosos que indican cómo sentir y hasta dónde, cómo pecar sin pecar, cómo convivir con la sexualidad o como reprimirla hasta el punto de la violencia. Designios políticos que, por su parte, direccionan las subjetividades de cada quién, permitiendo que veamos al otro como un enemigo y no como un “par” humano.


            Una autenticidad propiciada en la comunión entre dos seres que, sin embargo, no deja de hacernos vislumbrar el “peso” de la sociedad, y el castigo inminente ante la transgresión y quebrantamiento de las reglas que perpetuan un statu quo arbitrario y despótico.


            Desde lo escenográfico encontramos una puesta despojada, donde el acento está sobre las “ies” de lo actoral por sobre la configuración espacial y sus connotaciones semánticas.
            

           









          Sobre este punto le preguntamos a Gavriloff, quién también hizo las veces de diseñador escenográfico y vestuario, y nos comenta que:

 “Siempre intento que el trabajo del actor brille por su labor, sin artilugios externos. Es por eso que trato de evadir la cáscara escenográfica: trabajo con espacios vacíos o sugerentes, con elementos sumamente necesarios; lo que no se usa no es necesario y lo que está se explota a fondo. Por eso utilicé ese espacio con una tela como límite de la acción, simulando tambien un lugar determinado y cerrado, que bien podría ser una isla donde sucede toda la acción. Y las sillas para la comodidad de los actores que deben servir como un signo de calma y tranquilidad, pero que, en la historia, esa calma y quietud se van transformando según los conflictos que van apareciendo”. 


            Dos sistemas cobran singular importancia en el presente caso: el musical y el sonoro, también pre-digitados por Gavriloff acompañado por Juan Ignacio Sandoval. Ambos juegan el papel de índices tanto de lo geográfico -el repertorio de piezas elegidas nos ubica en Cuba- como de lo espacial, dado que a partir de sonidos se ubica al espectador en un escenario de playa y mar. De esta manera, se cierra el sistema significante que la puesta nos trae para poder capturar su sentido y mensaje en tanto sujetos decodificantes.
           


            De lo mencionado nos cuenta el director que:


“La música sirve de entorno y significación del lugar -concretamente Cuba- mezclada con el sonido del mar como referencia del sitio mágico dónde sucede la historia, una isla, un paraíso, un pueblo lleno de magia, historia, seducción y encanto.

La música de Adiós a Cuba es planteo del autor y solicitó que no se la cambie, pero el resto de la música quedó en mis manos.

El primer tema es Caribe soy… también el clásico Ay mamá Inés y Dos almas (el tema de la escena de Diego y Miguel, dos de los tres personajes de la obra). El autor cubano que interpreta los temas de la década del ´50 es Leo Marini.Para la salida del público el clásico Cuando salí de cuba. De María Callas elijo  Lucia di Lammermoor - Regnava nel silenzio, y el Ave María. Este último usado en la escena de confesión de Diego, donde uno el espacio religioso de su escuela con la pérdida de su virginidad en ese encuentro con su compañero.
Y el círculo se cierra nuevamente con el tema Caribe soy, donde casi siempre estilo cerrar mis trabajos con la idea circular, donde empieza y termina, y se ven los cambios en el recorrido. Como la vida, todo tiene un principio y un fin, es cíclica”.            


            Fresa y chocolate, de la mano esta vez de Gavriloff y su equipo, nos presenta la oportunidad de reflexionar ciertos designios sociales, políticos y religiosos, a fin de evaluar si, en los veinte años que transcurrieron desde la película que inspiró este hecho teatral, hemos podido realmente avanzar hacia una toma de conciencia sobre los propios prejuicios, que internalizamos quizás sin saberlo, pero que es necesario re-conocer para poder expulsarlos de nuestro sistema valorativo.
 


FICHA TECNICA

DIRECCION
LEONARDO GAVRILOFF
ACTORES
OSCAR MARVIC (Diego)
LUIS GODOY (Miguel)
CHRISTIAN CARRIZO (David)
DISEÑO DE ARTE
MALENA GALLEGOS
DISEÑO ESCENOGRAFICO Y VESTUARIO
LEONARDO GAVRILOFF
ILUMINACION
JUAN IGNACIO SANDOVAL
SELECCION MUSICAL Y BANDA SONORA
JUAN IGNACIO SANDOVAL/
LEONARDO GAVRILOFF
PRENSA
LAURA BRANGERI

TEATRO LA MUECA
JOSE A. CABRERA 4244 - CABA
4867-2155
Funciones Jueves 22.30 hs.
Hasta Julio de 2014



[*] La película completa puede encontrarse disponible online en: https://www.youtube.com/watch?v=Qrz37EyJ1oE
 

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